Los refugios
- STF
- 21 oct 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 29 oct 2021
Hoy se me ha escapado un comentario desafortunado. “Estuviste perdiendo el tiempo…”. Todo porque mi hija no remató algo que le había pedido y, en cambio, se pasó una hora hablando por FaceTime con una amiga. Lo que podría parecer una recriminación justa de madre cabreada no lo fue. No solo porque ella se ve desbordada por los estudios y las tribulaciones de toda niña que se está haciendo una mujer dentro de una coctelera, sino porque uno nunca pierde el tiempo.
Lo cantaba Manolo García, uno de esos poetas que ponen música a frases sentidas: “Nunca el tiempo has perdido, es solo un recodo más de nuestra ilusión…”. Charlar con una amiga también es ilusión y liberación, otra tarea necesaria para vivir. Cuando te agobia un examen, cuando no sabes qué entraña la mirada esa del chico que te gusta, cuando tus padres aprietan las tuercas, cuando requieres un tiempo muerto en tu cotidianidad. Por eso resulta tan importante descubrir también un rincón para escaparte… solo.

Según crecía, siempre le he aconsejado a mi hija que diera con una actividad que, además de entretenerla, la protegiera en una burbuja de paz infinita. ¿Qué significa tal petulancia? Aislarte y sentir que únicamente estás tú sin necesitar nada más, disfrutar y dejar que el tiempo se evapore, que el lugar no importe.
A mí me sucede cuando pinto. Me lo paso tan bien que me vuelvo etérea, desaparecen los pensamientos enmadejados, cualquier mal rollo. Únicamente me relaciono con lo que voy creando: formas, colores, textura, belleza. Soy, de repente, muy feliz.
Imagino que para otros ese refugio se esconde en un libro estupendo y algunos desconectan tocando un instrumento, haciendo yoga o pegando piezas de cartón delicadamente… Uno elige “adónde ir”, pero hay que reservarse una guarida contra el ruido exterior donde rozar unos minutos la esencia de lo que eres y abrazarte un rato.
Commentaires