Cajas

El pasado es una caja que llega a tus manos, o que saca tu madre del cobertizo donde vive una colonia de salamandras que le da mucho asco. "Cógelo tú todo, que yo no puedo con ellas, puaj".

Son en realidad salamanquesas. Pero suena mejor salamandras, más corto dentro de su longitud, y volviendo a la caja, son varias, y me da pereza cogerlas. Luego me ilusiono, qué encontraré. Y levanto una pila de cuadernos y de carpetas que se colorean en mi memoria. Reconozco los dibujos, las fotos pegadas de actores, la solemnidad de los títulos: Medievo, Novela, Cosas. Me provoca ternura. No me acordaba.

Evocando personajes de novela romántica...

Ahora sí, un poco. Como buena escritora novata, mis personajes eran siempre extranjeros. El mundo institutriz en el siglo XIX lo dominaba a la perfección. Yo quería escribir como Victoria Holt, sobre estaciones de tren, paseos por el jardín, la hora del té, el baile, un vestido maravilloso, el beso... No se rían. La protagonista, Miss Algo, venía a trabajar con unos señores y se enamoraba perdidamente de un tipo guapísimo, un hermano, un tío, un amigo de la familia... Por supuesto, él (Andrew, Matthew, Michael...) la correspondía, pero como no podía ser de otra forma, surgían algunos roces y malentendidos por su arrogancia y se hacía de rogar un poco ese instante de mirarse a los ojos y dejarse llevar por la pasión. Historias mil veces escritas, clichés desvergonzados, pero que alegraban como nada a una chavala quinceañera.

Lo más conmovedor es el mimo que hay en cada folio. Grapaditos, sin tachaduras, sobre plantilla, con el mismo boli y números en las páginas, 103, 104... Eran mis novelitas. Y aunque no van a ninguna parte, ahí están. Y se quedan. No voy a meterlas en la bolsa negra de basura con los pósters de Teleindiscreta, los recortes de revista con fotos de la Toscana, las viejas postales de compañeras de EGB. El vestido de Elizabeth para el baile era, por cierto, espectacular.